La figura jurídica de las cajas de ahorro parece tener los
días contados y la separación de su actividad entre un banco y una fundación
parece ser el final más probable. Pero realmente esta no es la primera
transformación de estas históricas entidades que nacieron con una vocación muy
diferente.
Surgieron a principios del siglo XIX cuando amplias capas de
la sociedad sufrían una penosa calidad de vida. Los ideales liberales
impulsaron la creación de cajas de ahorro con el objeto de fomentar el ahorro
en las personas más desfavorecidas como prueba de auto superación, evitando el
gasto inmediato para lograr una mejora de su situación económica. El
pensamiento liberal consideró que existía un potencial en todo ese conjunto de
población y que se podía lograr una mejora de sus condiciones, no a través de
subsidios, sino mediante la inculcación de las ideas del ahorro y la previsión
para el futuro (ver post
El
lado oscuro de las cajas de ahorro).
Ese fue el caso del origen de Caixa Laietana que se remonta al
8 de julio de 1859. El proyecto fundacional contaba de antemano con los apoyos
necesarios, aunque no pudo conseguir su propósito hasta cuatro años más tarde,
tras superar todos los escollos. Los iniciadores del proyecto alcanzaron el
anhelado objetivo el 8 de febrero de 1863. Nacía una nueva Caja para “fomentar
entre las clases laboriosas los hábitos de economía”.
Como en el caso de Caixa Pollença (ver post Caixa
Pollença, una caja diferente), en su nacimiento fue fundamental la
personalidad del fundador. El liderazgo, la tenacidad y la amplitud de miras del joven
liberal
Josep García Oliver
(1834-1883) hicieron posible materializar el objetivo. Formado en sus viajes a
Inglaterra, tenía conocimientos sólidos de economía y las ideas muy claras.
Sobrino de un fabricante de lonas, fue la piedra angular, el impulsor de la
fundación de la Caja, cuando aún no había cumplido los treinta años.
Josep García Oliver era fundador y secretario del Ateneo
Mataronés. Esta institución, la más importante del s. XIX en la ciudad, acogió
en su seno a la Caja de Ahorros en sus primeros años de existencia, hasta que
consiguió tener sede propia. Artífice de la Biblioteca Popular (1866), génesis
de la Obra Social más antigua de la Caja, fue alcalde de Mataró y diputado en
las Cortes, por el Partido Liberal Monárquico, en la época de la restauración
borbónica.
Si los montes de piedad facilitaban el endeudamiento de las
capas más desfavorecidas, las cajas de ahorro fomentaban la previsión económica
facilitando que se pudiera contar con un capital futuro. Un esquema muy alejado
del actual sistema de microcréditos que en muchas ocasiones fomenta el
sobreendeudamiento (ver post
Montes
de Piedad: una solución a los suicidios por los microcréditos).
Pero este esquema finalizó en la década de los años 20 cuando
las cajas fueron obligadas a prestar sus recursos a las administraciones
públicas obteniendo unos beneficios que nunca hubieran obtenido con su labor
anterior de apoyo a los grupos menos pudientes. La obtención de esos beneficios
llevó a la creación de la obra social y cultural de las cajas de ahorro en
1929, casi un siglo después de su fundación. (ver post
¿Cuándo
las cajas dejaron de ser cajas?) Aunque las cajas mantuvieron su estatus
jurídico, su funcionamiento era muy similar a la de un banco que repartía sus
beneficios a través de una fundación.
Aunque el esquema banco-fundación fue inaugurado en el proceso
de compra de Caja Castilla La Mancha por Cajastur y después refrendado por un
cambio legislativo (ver post
Caja
Castilla La Mancha: ni caja ni de ahorros), no existen excesivas
diferencias con el funcionamiento del sector después de 1929. Incluso la propia
Caixa Laietana creó en 1987 una fundación para gestionar los recursos de su
obra social sin que ello afectara sobremanera a su funcionamiento y aunque que
la equipara con otras empresas propiedad de fundaciones (ver post
Empresas
en manos de fundaciones).