Desde No
doy crédito nos cuentan otro ejemplo de tragedia de los
comunes: la esperanza de vida de los esclavos que viajaban en los
barcos del siglo XIX era mayor que la de los tripulantes o la de
aquellos que se quedaban en África. Los dueños se
preocupaban de su salud en mayor medida de la de los tripulantes
libres por el valor económico que tenían.
Se trata de otro ejemplo de la
importancia de otorgar un valor económico para la protección
en este caso del medio ambiente. La contaminación supone un
coste (porque supone un perjuicio para terceros) que deben soportar
aquellos que obtienen beneficios. Es la única manera de
desincentivar ese comportamiento sin caer en costosas e ineficientes
regulaciones.
A falta de la consolidación del
mercado de CO2, el mercado de gases sulfurosos que provocan la lluvia
ácida lleva funcionando desde hace casi dos décadas
en EEUU arroja resultados espectaculares: las emisiones de óxido
de azufre han
caído un 50% desde 1980. Los
objetivos de control de emisiones para 2010 se alcanzaron en 2007.
Y todo con un coste entre un 20% y un 50% del que habría
tenido de haberse llevado a cabo por medio de regulaciones a las
empresas.
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